miércoles, 21 de agosto de 2013

DESCANSO BURGALÉS… SIN OLVIDAR EL PAJAREO

Agradecer, antes de empezar, la enorme amabilidad de Carlos y Marisa por haber ofrecido su casa para que pudiéramos pasar el fin de semana en tierras burgalesas, por haberse preocupado en que todo estuviera perfecto y del diseño de las rutas pajareras, para no perder la costumbre.

Así que el segundo fin de semana de agosto nos presentamos en Belorado, coqueto pueblo próximo a La Rioja y a faldas de la sierra de la Demanda, para iniciar el descanso y los planes que, a bien, hubiesen preparado nuestros perfectos anfitriones. 

Después de comer y a la espera de la llegada de María y Ángel, ya iniciamos algún recorrido por las afueras del pueblo en busca de seres alados. La senda del visón europeo fue la ruta elegida para tomar contacto con el medio natural del lugar. Se trata de uno de los mejores lugares, de ahí el nombre, para observar a este amenazado mustélido. Ni que decir tiene que no tuvimos suerte en este lance, sabiendo de la enorme dificultad de su observación. Volviendo a las aves, a medida que caminábamos por su excelente bosque de ribera, iban saliendo especies hasta anotar una interesante lista. El río Tirón, paralelo al sendero, es el hogar de las lavanderas blanca y cascadeña, que observando con jóvenes pidiendo comida incesantemente. Los mosquiteros musicales empezaban a abundar y con sus reclamos ponían banda sonora al bosque mientras observábamos jóvenes de petirrojo, zorzal común y colirrojo tizón, por poner algunos ejemplos. Pero el momento culminante fue cuando estábamos parados junto a un panel informativo escuchando un peculiar reclamo. "Parece un pito real, pero no lo es! No suena igual", exclamaba sin saber qué era lo que sonaba. A la vez que oíamos esa llamada, un trío de aves nos pasó por encima, y pensé que serían ellos los autores del canto. Sin llegar a corroborarlo, intuí que esas aves eran jóvenes oropéndolas. Pero no eran ellas las causantes de tal alboroto. Se oían hasta tres a la vez. De pronto, en un árbol cercano, se posó un pequeño pájaro al que observé con los prismáticos. "¡Eso es, es él el autor de esa voz! ¡Cómo no me di cuenta antes!" Y esa fue la observación de la tarde aunque, desgraciadamente, no todos pudieron observar. Un precioso torcecuellos posaba tranquilo entre las ramas hasta que voló para desaparecer unos minutos después. Sin duda, un ejemplar ya en migración.

El sábado por la mañana, Carlos, Ángel y yo madrugamos para realizar otra escapada al río, viendo prácticamente lo mismo del día anterior pero sin suerte con el mimético pícido. Después de desayunar, ya reunidos con nuestras damas, emprendimos marcha a Garganchón, un escondido pueblo cercano a Pradoluengo con una interesante ruta paralela al río. Empezamos el tranquilo paseo dentro de un incomparable marco, con otro bosque de ribera excelente y uno de los mejores sotos de la provincia. Al poco de haber comenzado, la oropéndola ya nos daba la bienvenida pero no se dejó ver por mucho que la buscamos. Según avanzaban los kilómetros, el entorno se volvía más salvaje, solitario. Una parejita de aviones roqueros se afanaban en capturar todos los insectos habidos y por haber en una pequeña pared rocosa. Más mosquiteros musicales y papamoscas cerrojillos volvían a poner de manifiesto el período de paso en el que nos encontrábamos.   En este lugar volvimos a encontrarnos con agradables sorpresas. Un macho de aguilucho cenizo sobrevolaba la lejana ladera de un monte buscando presas que llevarse al pico y, a la vuelta, encontramos un territorio de alcaudón dorsirrojo, gracias al buen ojo de Ángel, con el macho cebando casi sin descanso a tres jóvenes. También hubo tiempo para observar flora y recolectar orégano.



Rosal silvestre Rosa canina


Tras un agradecido refrigerio en Pradoluengo, volvimos a Belorado para comer. Por la tarde visitaríamos la presa de Leiva y su entorno. Una senda junto a cerros arcillosos poblados de bosque bajo y matorral sería nuestro camino esa tarde. Nada más cruzar la pared de la presa, hicimos un alto para probar suerte con el halcón peregrino, que no apareció. Sí observamos tórtola europea y culebrera europea. La marcha fue, de nuevo, un agradable paseo, azotados aun por el calor, pero todo se nos pasó cuando hicimos parada en un punto que resultó ser el epicentro de la observación ornitológica de la tarde. Ya se oía algún mosquitero papialbo por las inmediaciones, los ánades reales sobrevolaban la presa en sus idas y venidas y los bandos de pardillos comunes jugaban a esconderse cuando intentábamos localizarlos. Pero lo mejor fue cuando dirigimos la mirada hacia una cercana zona de arbolillos. Ángel, con su ojo de azor, vuelve a localizar una familia de alcaudones dorsirrojos, de nuevo con el macho cebando a dos jóvenes. Las idas y venidas eran constantes y nos daba mucho juego. De pronto, un pájaro se posa en el mismo árbol seco que el patriarca alcaudonil. Telescopio y… no me lo podía creer. Otro torcecuellos. Estuvo con nosotros casi hasta la noche y, ahora sí, todos pudimos disfrutarlo como se merece un ave así. Pero de nuevo Ángel (no sé cómo lo hace el mozo) vuelve los prismáticos hacia las paredes arcillosas y exclama: "Anda, si eso es un búho real." "Sí, sí que es un búho real." Pidiendo referencias exactas, el ave emerge de la pared con una extensión de alas que lo transformaba en un fantasma. El búho real realizó un escorzo de última hora, cambió de dirección y desapareció detrás de la loma. No dábamos crédito a lo que había sucedido ese ratito que paramos a observar plácidamente lo que se nos pusiera delante. Pues mira tú lo que se puso delante… y detrás. Acordamos volver más tarde al mismo punto por si la rapaz volvía a posarse en el mismo punto y, mientras tanto, avanzaríamos un poco más hacia la cola del embalse para ver qué deparaba lo poco de tarde que quedaba. Algunas garzas reales, somormujos lavancos, una docena de andarríos chicos posados en un semisumergido tronco, carriceros tordal y común (más oídos que vistos), abejarucos europeos y una parejita de collalbas grises. A la vuelta, ni rastro del búho, pero aquello ya no se podía mejorar y nos dábamos por satisfechos. Vuelta a casa y a cenar.

Para la mañana del domingo, una pequeña incursión cultural antes de asomarnos a las lagunas de Atapuerca, con visitas a la ermita de Valdefuentes y el Monasterio de San Juan de Ortega.



Monasterio de San Juan de Ortega



Lagunas de Atapuerca


Una pequeña incursión a esta zona húmeda, clave en el paso migratorio, antes de comer y regresar a Madrid, unos, y a Segovia, otros. Partiendo de la iglesia, con una magnífica panorámica, iniciamos el camino hacia el observatorio 1. De camino, aguiluchos laguneros y una curruca que no pude identificar con garantías pero que, seguramente, fuera mirlona. Para nuestra sorpresa, llegados al observatorio, nos lo encontramos cerrado y con pinta de haber intentado forzar el cerrojo y el pomo. Encima, con la vegetación tan alta como estaba, apenas se podía ver algo. Con dificultad, conseguimos observar avefría europea, andarríos grande, cigüeñuela común y zampullín chico. Con un gran disgusto encima, emprendimos la vuelta donde observamos una lejana hembra de aguilucho cenizo, una hembra de escribano soteño, lavanderas boyeras juveniles y, curiosamente, la única urraca del fin de semana. Sin duda, un lugar a tener en cuenta para futuras visitas ornitológicas. El fin de semana no daba para más y, después de comer y tomar un café, nos despedimos de nuestros amigos Marisa y Carlos, perfectos anfitriones de un lugar que ya hemos apuntado para futuras visitas. Gracias por todo.

Gracias por seguir mi blog. Un saludo.



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