viernes, 12 de noviembre de 2010

SAN PEDRO DEL PINATAR (7 de noviembre)

Aprovechando el puente de la Almudena en Madrid, bajé a casa con la intención de pajarear por varios de mis sitios favoritos. Pero el mal tiempo me obligó a salir sólo una mañana, así que planeé la salida a la ruta de las Encañizadas y un pequeño asomo a la charca de aclimatación de las salinas.

Llegamos mi hermano Raúl y yo temprano al parking que hay junto al molino de Quintín. Nada más empezar a andar, observamos un combatiente alimentándose en la orilla. 



Combatiente


De camino observamos varios vuelvepiedras, correlimos de diferentes especies (tridáctilo, común, menudo, zarapitín) y un grupo de zampullines cuellinegros que no alcanzarían los 100 individuos. Casi llegando al molino de la Calcetera, observamos flamenco común y tarro blanco. En un pequeño apartadero para barcas, varias gaviotas patiamarillas posaban en las empalizadas de madera y, entre ellas, una gaviota cabecinegra en plumaje de invierno. Ya estábamos llegando a las Encañizadas, con sus emblemáticos edificios en sendas lengüetas de tierra. Allí añadimos a la lista chorlitejo patinegro y grande, zarapito real, gaviota reidora, un grupito de seis chorlitos grises y un halcón peregrino posado en una torreta. 



Chorlitejo patinegro




Halcón peregrino




Vuelvepiedras


Nos propusimos llegar hasta la playa de Punta de Algas, donde nos encontramos grupos bastante nutridos de verderón común, bisbita pratense y algunas garcetas comunes en charcas cercanas al mar. Nos adentramos un poco en esas charcas y, para mi sorpresa, pude observar un aguilucho que me pareció cenizo, por lo rojizo de las partes inferiores. Desgraciadamente, la observación duró unos segundos pues se abalanzó sobre tierra y quedó oculto por la vegetación. Por las fechas, no debería haber ya cenizos pero esa coloración me creó confusión.

Volvimos sobre nuestros propios pasos al coche, y nos dirigimos a la charca de interpretación de las salinas, donde sí había bastante movimiento de limícolas: chorlitejo grande y patinegro, correlimos común (el más abundante), archibebe común y claro (éste, más abundante, hasta contabilizar 12 ejemplares), y un grupo mixto de agujas colinegras y colipintas (ésta en mayor número). También estaban presentes gaviotas reidoras y picofinas.



Archibebe claro




Correlimos común



Con buenas observaciones y registrados buenos números de ejemplares, la mañana no dio más de sí. Pusimos rumbo a casa y a planificar otra salida para dentro de nada.







miércoles, 10 de noviembre de 2010

LA SIERRA DEL LOBO (29 de octubre-2 de noviembre)



Divisamos la serpenteante forma de las crestas, bañadas en bosques frondosos y extensos, y serpenteamos por sus carreteras con las luces dadas, con la vaga esperanza de que un lobo cruzase ante nuestra atónita mirada. Porque estamos en tierra de lobos, en la Sierra de la Culebra, mostrando todo su encanto y toda su magia, que envuelve a toda la comarca, especialmente cuando el sol no es el protagonista.

Algunos pensarán, que por estar en el lugar de Europa Occidental con mayor densidad poblacional de lobo, será fácil avistarlo. Nada más lejos de la realidad. El lobo ha sido y es un animal perseguido, odiado y querido a partes iguales, considerado una alimaña, y ese instinto de supervivencia le hace ser reservado, prudente y astuto ante el ser humano. Y el que consigue verlo en su hábitat y respetando sus costumbres, se puede considerar un privilegiado. Porque no es nada sencillo verlo, es un animal aún escaso, y la sierra es muy grande. Pero si posees información de primera mano y suerte, puedes tener más opciones de verlo en su ambiente.

La mejor opción es realizar esperas en lugares elevados, y barrer la zona una y otra vez, pacientemente, haciendo hincapié en caminos, cortafuegos y linderos de masas forestales, porque el lobo es un animal terriblemente predecible, y utiliza las sendas y pistas forestales como lugares de paso y de deposición de marcas, como excrementos.



Sierra de la Culebra


Y con la intención de ver al amenazado cánido, Tomás y yo afrontamos el reto con optimismo, a pesar del mal tiempo que hizo durante el fin de semana, con lluvia, viento y frío. Avanzábamos, aún de noche, por las carreteras que cruzan territorio lobero, observando con atención hasta donde alcanzaban las luces del vehículo. Una vez se nos cruzó un zorro. Falsa alarma. Y llegados al punto de espera, ya todo había que hacerlo en silencio. Susurrábamos en vez de hablar. Colocamos el telescopio apuntando a las zonas propicias, y a esperar. El frío y el viento eran insoportables. Pero por encima de las adversidades estaban las ganas de verlo. Y sabíamos perfectamente que él nos estaba observando desde algún lugar del bosque, del brezal o de las peñas, con ojos curiosos y la prudencia de la que siempre hace gala. No así los otros habitantes del bosque, que sí se asomaron: corzo, ciervos, jabalíes, además de varias especies de aves. Nos amenizaba las esperas un confiadísimo acentor común.





Amanita muscaria


Fueron muchas horas intentándolo en varios sitios, en silencio, en compañía, con frío y agua, con sol, con grandes valles cubiertos de otoño, con neblinas matutinas que reposaban en el campo, pero el lobo no apareció. No quiso aparecer, y a Tomás y a mi se nos acabó el plazo en esas tierras de ensueño, mudas, sólo rotas por el retumbar de las escopetas de los cazadores, y marchamos tristes pero a la vez contentos de haber disfrutado de una tierra que nos estará esperando el año que viene. Porque quiero que el lobo y yo volvamos a cruzar miradas.