jueves, 17 de mayo de 2012

AVUTARDAS EN LA SERENA

El último fin de semana de abril viajé a Extremadura con la oportunidad de fotografiar esteparias en La Serena, gracias a Manolo Calderón, a quien agradezco su generosidad y la oportunidad que me ofrecía. Así que Dani, Juan y yo salimos el viernes desde Madrid con dirección Castuera, donde dormiríamos en un hotel de las afueras. Por supuesto, dar las gracias también a Dani y Juan por su compañía y amistad en ese fin de semana tan especial para mi. Esa misma noche nos reunimos con Manolo, que nos dio premisas sobre lo que nos esperaba al día siguiente, ofreció consejos y normas a seguir, y quedamos de madrugada en el pueblo. Fueron pocas horas las que pudimos aprovechar para descansar, los nervios del "debut" apenas me dejaron pegar ojo.

El sábado, a eso de las 5:30, nos esperaba Manolo en una rotonda a las afueras, junto a otra persona (perdón, no recuerdo su nombre) que se uniría a la expedición. De nuevo recordar normas y nos lanzamos a la carretera para llegar hasta el lugar donde se encontraban los hides. El tiempo no era el mejor, había estado lloviendo toda la noche, y mientras avanzábamos por esa infinita carretera, las gotas golpeaban levemente en el parabrisas del vehículo. De noche aun, nos encontramos en mitad de la nada, oliendo a estepa, a primavera mojada, y emprendimos la caminata hacia los aguardos. El primero, de piedra, me tocó a mi. Sin ver nada, metí las bolsas y nos deseamos mutua suerte. Ya no había quien lo parara. En esos momentos me senté y esperé a que clareara un poco, siguiendo el consejo de Manolo, mientras oía los pasos del resto del grupo mientras se alejaban de mi posición. Pronto me quedé solo, y el aire se colaba por los huecos que las piedras dejaban. Menos mal que iba abrigado. La lluvia golpeaba el metálico techo del chajurdo, y pronto me acompañaron los primeros trinos de la collalba gris. A tientas, organicé un poco los bultos y su disposición para encontrar un poco de comodidad. Ahí me di cuenta de las reducidas dimensiones del hide (2,5 x 1,5 x 1,5 m). El telón de la mañana iba subiendo poco a poco y, a pesar del cielo gris y el agua, percibí la observación del territorio donde vivían los protagonistas de mi aventura pacense. Otro invitado a la función, la cogujada montesina, utilizaba la parte alta del hide como cantadero. "Ya no estoy tan solo", pensé. 

La primera "rueda" ya resplandecía en el llano, a mucha distancia, casi sin luz todavía. "Precioso, a ver si se ponen así delante mío", medité. Y a medida que la luz ya despejaba el paisaje de sombras, iba descubriendo más y más aves realizando el "display" rodeados de hembras y machos jóvenes. Pensé que el tiempo influiría en su comportamiento, y daba por hecho que no sería el mejor día para fotografiarlas. No me equivocaba. 

La paciencia tenía que hacer acto de presencia, esperando que poco a poco se fueran acercando, ya que había bastante movimiento. Mientras tanto, los pajaritos que revoloteaban a mi alrededor cantando sin parar, me entretenían y hacían que los tiempos muertos pasaran de la mejor manera posible.



Collalba gris




Cogujada montesina



Cogujada montesina


No perdía ojo a las cinco ventanas por si la suerte se aliaba conmigo en este atípico día. Entre esperas y fotografías, la lluvia apretaba en ocasiones y yo, vigilante, controlaba la entrada por si el agua se introducía dentro. Durante mi estancia, hasta tres granizadas, a cada cual más intensa, me hacía temer lo peor: no aparecerían.

La primera aparición fue a eso del mediodía cuando un grupo de machos jóvenes de avutarda asomó en lo alto del cerro, sin llegar a descrestar. La luz en ese momento no era nada buena, tomé algunas instantáneas como testimonio de lo que estaba observando y para no irme de vacío. Ese mismo grupo apareció un rato después en dirección opuesta, y con idéntico comportamiento, pasando de largo. 

Aproveché un rato en que todo parecía muerto para comer algo. El frío seguía azotándome dentro y de vez en cuando el agua salpicaba en mi equipo. Fue una alegría presenciar algunas luces durante la tarde, dándome una tregua que agradecí de veras. En el horizonte veía mantos grises y negros que anunciaban lluvia y tormenta, y yo calculaba la dirección del viento para saber si pasarían por encima de mi posición.

A media tarde, dos hembras calcaron la actitud del grupo que horas antes habían pasado por allí. "Esto se va animando", espeté. Tan solo faltaba algún macho haciendo el "display". Y como si alguien hubiera oído mis súplicas, dos machos asomaron casi a última hora de la tarde, sin descrestar, y se pararon delante. A cierta distancia el uno del otro, empezaron casi a la vez a acicalarse. "Por fin llega el momento deseado. Acercaos un poco más". No se movieron del sitio y pensé que era mejor eso que nada. El macho que tenía a mi izquierda me ofrecía alguna oportunidad mejor de observación y fotografía, así que metí un poco de caña aunque, debido a la luz y la posición del animal, no salí nada conforme con los resultados obtenidos.



Avutarda euroasiática



Avutarda euroasiática



Avutarda euroasiática


Tras veinte minutos limpiándose el plumaje, uno de los machos bajó la ladera y empezó a hacer la "rueda" fuera de mi campo de visión (sólo le veía la cabeza). No se podía tener peor suerte. Tras unos minutos, y viendo que no ofrecía interés para ninguna hembra, abandonó la zona por donde había venido, como también hizo el otro macho.

Las siguientes observaciones fueron, de nuevo, al otro lado del llano, lejos. Aunque la sensación fue decepcionante, pensé que hay gente que, después de 15 horas metido en el hide, se va de vacío. Me podía considerar un privilegiado y, sin duda, repetiré en el futuro pues la experiencia fue gratificante e ilustrativa, a pesar de que los resultados no fueron los deseados. Pero la perseverancia y la constancia terminan dando su fruto. 

Aprovechando las últimas luces, me dediqué a recoger mis cosas, y a eso de las 21:30 salí del hice y me dirigí al camino a que me recogieran. Mientras andaba, estiraba las piernas y la espalda, y tuve que pararme un par de veces y mover todas las articulaciones de mi cuerpo. Estaba muy cansado, el frío, sobre todo el frío, había hecho mella. Nos reunimos de nuevo los cuatro en el coche y comentamos la jornada. El frío y la lluvia fueron el denominador común, y a algunos se les dio mejor que a otros. Nos esperaba Manolo en la misma rotonda de la mañana para interesarse por nuestra experiencia. Tras una breve charla, nos despedimos hasta una siguiente ocasión. 

Magnífica la labor de Manolo Calderón y ANSER en la conservación y estudio de La Serena, le deseo la mejor de las suertes y espero que nos veamos pronto.

Para acabar, unos consejos prácticos para que la estancia en el hide sea mas agradable: imprescindible comida y bebida, un bote o similar para orinar, algo de abrigo (por supuesto, depende de la poca del año), algo para entretenerse (un libro, música, etc.), una silla con respaldo (hay sillas dentro, también con respaldo, pero según gustos y preferencias), pon el móvil en modo "silencio", abstenerse de fumar y evitar ruidos que pudieran delatar tu presencia dentro. Espero que estos consejos (algunos los recuerda Manolo) y la propia experiencia sean de interés y ayuda a la hora de probar en estas excelentes infraestructuras, precarias pero necesarias para poder tener cerca a los moradores de las estepas extremeñas.





2 comentarios:

Unknown dijo...

Amigo Gabriel, quizá las fotos no sean de revista (aunque no están nada mal) pero el texto es espectacular, leerlo ha sido como estar allí.
Yo nunca he estado en un hide, sólo en el comedero de un amigo un par de horas y lo que se siente ahí dentro es indescriptible, sobre todo cuando llegan las aves.
Yo en la última visita a Monfragüe me compré uno, todavía no lo he estrenado.
Me alegro de que disfrutases en mi tierra, allí hay muchísimos sitios más para observar aves.
Un abrazo!!

Javi dijo...

La experiencia ya mereció la pena, la próxima vez, mejor... Con el lince para este año a dos metros ya está bien, deja algo para los demás, no?
Un abrazo.,